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Casa de la Cultura de Valencina (Sevilla) España, 20:30 horas. Entrada libre hasta completar aforo.

20070212

Azuloscurocasinegro (Daniel Sánchez Arévalo) España, 2006



Ficha técnica y artística
Dirección: Daniel Sánchez Arévalo.País: España.
Género: Drama.Duración: 105 minutos.Estreno: 31 de Marzo de 2006.
Intérpretes: Quim Gutiérrez (Jorge), Marta Etura (Paula)Raúl Arévalo (Israel), Antonio de la Torre (Antonio)Héctor Colomé (Andrés), Eva Pallarés (Natalia)Manuel Morón (Fernando), Ana Wagener (Ana)Roberto Enríquez (Roberto).
Guión: Daniel Sánchez Arévalo. Fotografía: Juan Carlos Gómez.Música: Pascal Gaigne.Montaje: Nacho Ruiz Capillas.Producción: José Antonio Félez.Dirección artística: Federico García Cambero.Vestuario: Nereida Bonmatí.
Sinopsis:
'Azuloscurocasinegro' representa un color donde la luz, el prisma y la actitud con que se mire lo cambian. Tras la muerte de su padre, Jorge (Quim Gutiérrez) heredó su trabajo, un empleo por el que se esforzó durante años mientras cuidaba de él y estudiaba una carrera. Ahora quiere cambiar de ocupación y a través de su hermano Antonio (Antonio de la Torre), conoce a Paula (Marta Etura), con quien entablará una extraña relación que le hará enfrentarse a sus deseos. Jorge intentará dejar de sentirse responsable e ignorar lo que los demás esperan de él. ¿Lo conseguirá?

EL COLOR DE MI DESESPERANZA
Magnífico debut en el campo del largometraje el que nos depara el joven realizador Daniel Sánchez Arévalo con la mesurada osadía que construye bajo el título de AZULOSCUROCASINEGRO. El film nos cuenta la historia de un pez que ansía escapar de su pecera. Un pez al que ya pesa de forma insoportable el hecho de tropezar siempre con el mismo cristal, con la misma frontera transparente que le permite visionar un territorio distinto al suyo, que no puede conquistar. Nos adentramos en el terreno de las limitaciones que coaccionan la existencia del ser humano; de esas que nos atenazan de por vida, y que nos impiden hacerla evolucionar sucumbiendo al dictado de nuestros anhelos. La ópera prima de Sánchez Arévalo está solventada a fuerza de franqueza, desde la noble artimaña de quien confía en la sinceridad de su mensaje. AZULOSCUROCASINEGRO imparte una lección de autoconfianza, de sabiduría y riesgo nada común en el "totum vulgaris" enlodazado y vetusto que nos rodea audiovisualmente.
Si por algo asombra este admirable ejercicio es por su manifiesta voluntad narrativa. El joven realizador afronta sin prejuicios el avance insospechado y veraz de una historia que parece controlar con las entrañas, y que no escatima tiempo alguno en la certera, meditada caracterización de cada uno de los personajes. Sánchez Arévalo privilegia una actitud contemplativa tanto en el punto de vista por él adoptado para capturar el espacio englobador de los personajes, como en el comportamiento de alguno de éstos dentro de la ficción. El director los observa, los mira con el mismo recelo, con el mismo pudor, con la misma inquietud apesadumbrada con la que éstos lo hacen dentro de cada escena, en cada uno de los planos. Tenemos a dos amigos que pasan buena parte de su tiempo libre sentados en un sofá, que se halla en la azotea de un edificio; a dos presos que atienden (o no) a una profesora de teatro; a una pareja de enamorados que, desde lo alto de un montículo, vislumbran un centro penitenciario; a alguien, que mediante un tomavistas, descubre a su padre en plena vorágine homosexual; e, incluso, la mirada impenetrable de un señor mayor, impedido y ausente por causa de un derrame cerebral. Y es que AZULOSCUROCASINEGRO lo que argumenta, lo que retrata es la estrategia de una indefinición, de un malestar existencial, curtido, lastrador y consciente, que estruja la cotidianeidad cercenada del protagonista del relato. Es precisamente el silencio de ese desencanto la sustancia que llena el espacio habido entre el posicionamiento distanciado y respetuoso asumido por el director, y la trama que van generando las vicisitudes que le toca ir solucionando a aquel. AZULOSCUROCASINEGRO parte de una condena para acotar los claroscuros incomunicados de su penitencia. Nos susurra la esclavitud a la que castiga indefectiblemente un tabique insalvable.
A tal efecto cabe analizar la impresionante escena con la que se abre el filme. Vemos como un joven prende fuego a un pequeño contenedor de basura. El portero del edificio ante el que aquel está llevando a cabo su pirómano cometido sale del portal y lo reprende. El joven sale corriendo. Tras él lo hace el portero. El primero llega hasta un pequeño callejón sin salida y salta el muro que lo cierra. Exhausto, el portero alcanza al muro y comienza a llamarlo, sabedor de que el otro se halla detrás. Advertimos que los dos se conocen. Son padre e hijo. Separados por la pared, discuten. El joven exclama que va a dejar la portería. El padre deja de contestar. La elevación de la cámara por encima de la barrera que impide un diálogo frente a frente entre los dos, nos permite percatarnos del cuerpo del padre derrumbado en el suelo. Un fundido en negro y la sobreimpresión en la pantalla de la frase "siete años después" nos descubre a Jorge, así se llama el joven, trabajando en la portería, y a su padre postrado, mudo, abstraído en una silla de ruedas, soportando las consecuencias paralizantes del infarto cerebral sufrido. Con tan exiguos elementos dramáticos, el director condensa rotunda, precisa y rigurosamente el conflicto que va a ser definido con posterioridad. Alguien intenta huir, fugarse, hacerle un quiebro a su destino, dar el salto hacia lo no preestablecido por el azar de su condición social, mas el contrapeso de su lugar de partida se lo impide. Quizás el pez no pueda escapar de la pecera, no tanto porque no pueda, sino por el hecho mismo de ser un pez.
AZULOSCUROCASINEGRO narra el intento continuado de Jorge por saltar ese muro que la vida cada vez le irá poniendo más alto. El joven hará denodados esfuerzos por cambiar el rumbo fijo del que se siente prisionero, pues se sabe predeterminado a no poder transgredirlo. El escueto, resabido espacio de ese patio, de esos buzones, de esas escaleras, ese ascensor y esa mesa que ocupa y recorre a diario le condiciona tanto como la parálisis a su languidecido padre. Su invivible quehacer habitual es la silla de ruedas a la que parece estar abocado. Las inclementes coordenadas cuotidianas lo transportan a él con la misma pesadumbre inflexible que acostumbra el modo de atender a su padre. Todas las escenas que nos muestran a estos dos personajes juntos son puro plomo, pura grisura espeluznante; por real, por corpórea, por dolida, tierna e irrespirable.
Hablábamos al principio de la plausible intencionalidad narrativa esgrimida por Sánchez Arévalo. La trama de AZULOSCUROCASINEGRO avanza según van apareciendo los distintos personajes que habrán de influir en la historia central de Jorge (un espléndido, concentrado y emotivo Quim Gutierrez). Ninguno de ellos funciona de forma accidental, con intención de apoyar una determinada característica del protagonista. A todos los acompaña su argumento. No nos hallamos ante una película de marcado carácter coral, ni ante un film de testimonios entrecruzados. La película disfruta haciendo desvelar una intención, un propósito vital a los cuatro o cinco personajes principales que convoca. Un preso decide ayudar a una joven también encarcelada en su mismo centro. A ésta le obsesiona quedarse embarazada por propia supervivencia. Un amigo de Jorge siente, de súbito, una irreprimible atracción por un masajista. Jorge no parará de concertar entrevistas para cambiar de trabajo. De la amalgama de las distintas frustraciones, la película consolida un afligido acontecer, un agridulce periplo silenciado de tropiezos, desajustes e incertezas. Este film, que persigue la definición de un color, cuaja su reservada grandeza al no conseguirla. La vida no es blanca ni negra. Respiramos un azul que a veces fracasa muy oscuro; otras, donde menos habría que esperarlo, resplandece en amarillo ilusión. Somos lo que somos. A lo sumo, a lo que debería de aspirar el pez, no es a abandonar su consabida pecera, sino a cambiarla por otra de un cristal nuevo.
Recomendada a todos los que reconocen los límites de su propia tristeza.

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